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Los que somos de pueblo y hemos vivido rodeados de campo sabemos los problemas que acarrean, en ocasiones, todas las cuestiones que tienen que ver con lindes, límites y particiones.

By joe goldberg from Seattle, WA, USA (You are here) [CC-BY-SA-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)], via Wikimedia Commons
Definir mi propio terreno no implica solo establecer hasta dónde quiero llegar, sino tener en cuenta que el límite de mi territorio alcanza hasta el límite del territorio del vecino. Esto puede ser bien problemático.
Y eso para terrenos y límites en el suelo. Imagínate si lo llevamos al terreno mental y emocional.

La prepotencia y la presunción no están socialmente bien vistas (aunque la televisión, en ocasiones, nos muestre otras «realidades») y aprendemos, por tanto, a no ir por ahí vanagloriándonos de las habilidades que creemos que tenemos.
No suele caer bien alguien que habla constantemente de sí mismo o que se propone como el mejor o el más entendido en cualquier campo que tratemos. Nos desagradan las personas que valoran su desempeño siempre por encima del de los demás y que tienen siempre una crítica para el otro en la recámara de su revólver mental.
Nos alejamos de aquellos que creen que su sitio siempre tiene que ser el mejor de los sitios y que consideran que el universo les debe algo o, mejor dicho, que les debe todo.
Con este mecanismo establecemos socialmente los límites de nuestra confianza en nosotros mismos.

Pero, ¿qué pasa con los límites por abajo? Porque cuesta bastante decir, por ejemplo, soy muy inteligente, pero no solemos tener problema para proclamar soy tonto. Puedes hacer la prueba y decir las dos frases en público. Verás qué trabajo nos cuesta echarnos flores y con qué facilidad nos machacamos.

Lo que hago y quién soy es el resultado de mis conocimientos, de mi experiencia, de la carga genética que puede o no jugar de mi parte, de las circunstancias del momento, de los que me rodean, de mis valores y expectativas, así como de muchos más factores.
Es, por tanto, un reflejo de mi desempeño ahora y, puesto que yo estoy involucrado en el proceso (¡y de qué manera!), puedo evaluar mi trabajo o mis habilidades.
Ahora; tengo que tener en cuenta qué baremo uso. No se trata de ser autocomplaciente y darse palmaditas en la espalda cada vez que hacemos cualquier chapuza, pero tampoco podemos ir por ahí fustigándonos por cada mínimo error y comparándonos con los demás siempre a la baja.
Esto es injusto, sobre todo, porque cuando nos comparamos con otros solemos hacerlo sin tener todos los datos.
Cuántas veces hemos contemplado parejas que parecen llevarse de maravilla continuamente, o trabajadores que son capaces de rendir al cien por cien sin que se les note el cansancio.
Y cuántas veces habremos pensado si, habrá que verlos en su casa o eso de la procesión va por dentro.

Cuando hablo de mí mismo puedo decir, sin temor a equivocarme, que soy inteligente. Lo digo porque el concepto es suficientemente amplio (mi inteligencia matemática, por ejemplo, no es tan alta), porque puedo aplicarme pruebas (mi cociente intelectual no está nada mal) o porque me contemplo resolviendo problemas diariamente (he salido de todas las situaciones que he vivido con más o menos tino).
Pero lo puedo hacer, sobre todo, porque digo soy inteligente y no soy el más inteligente.

Me defino sin compararme con otros porque, en la mayoría de las ocasiones, esta comparación no sería más que una simplificación que me representa -y representa al otro- bastante poco.

Definirnos positivamente también le es útil a los demás. Si me defino como buen conductor, tú puedes pensar en mí cuando necesites que te lleven raudo a algún sitio y sin percances.
Igualmente, si me defino como bueno escuchando, puede que recurras a mí cuando necesites un oído en el que desahogarte. Y si digo de mí que soy un manitas, seguro que te apetece tenerme cerca si vas a arreglar un mueble.
Otra cosa es después demostrarlo con hechos pero, de entrada, ya intuimos nuestros puntos fuertes y débiles.

Si, una vez hecha tu lista de fortalezas y debilidades, estas últimas son exageradamente más numerosas, puede que tengas que preguntarte si realmente tienes tantísimos defectos y tan pocas virtudes o si, simplemente, te estás juzgando con demasiada dureza y no estás acostumbrado a pensar en ti de un modo positivo.

Como siempre, es una cuestión de equilibrio y al equilibrio se llega con la práctica. Así que, ¿por qué no comienzas a practicar el bello arte de airear tus capacidades?
Yo no seré el mejor psicólogo del mundo pero… ¡caramba, no soy nada malo!
¿En qué debo pensar cuando quiero definirte a ti?
Si, en eso eres muy bueno.