Comenzar el año tiene algunas constantes que se van repitiendo.
Es la época en la que siempre hago bromas con los tan traídos y llevados propósitos de año nuevo. Planteamientos de limpieza general mental con ganas de -esta es la buena- hacerlo bien de una vez por todas. Es por ello que no voy a revisarlos desde el punto de vista del que se promete.
Me interesa más el de quien es objeto de promesa, es decir, aquellos que nos dedicamos a ser herramientas para cuando te decides a mejorar.
En enero la consulta se llena y acabamos dando citas encajándolas en los huecos y haciendo horas extras porque, eso sí, a inicios de año todos los casos son urgentes.
Pero curiosamente venimos de unos meses en los que la asistencia a los grupos de meditación ha bajado. Así, sin paños calientes. Pero eso no ha tenido relación con el creciente interés de la gente que nos pregunta por la meditación.
Muchas pruebas de venir y abandonar. Muchos «eso de la meditación tiene que estar genial, tengo que ir a probarlo» pero acabar el mes de diciembre viéndonos las caras los de siempre, los habituales, los constantes. Los amigos.
Y, en enero, vamos de nuevo. El goteo imparable de personas interesadas y cada sesión más llena en correlación con la agenda de consulta cada vez con menos huecos.¿Qué ocurre con la meditación? ¿Por qué interesa tantísimo en la teoría y tiene tal tasa de abandono? Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de sentarse, respirar y que las puertas del grupo están abiertas para quien quiera venir de forma gratuita.
Uno de los amigos que viene a meditar dio con la clave, o al menos a mí me lo pareció, en una de las últimas sesiones: es gratis.
Siempre he escuchado eso de que cuando algo es gratis no se le da valor, pero su punto de vista iba un poco más allá y quería compartirlo contigo en este artículo.
Dejamos de meditar, entre otras posibles razones, porque, al ser gratis, no tenemos un compromiso económico que nos impulse. Podemos faltar cuando queramos. Nadie nos va a juzgar si solo probamos un día y ya no vamos más o si meditamos de higos a brevas pero luego en casa le tenemos alergia al cojín de meditación.
Pero es que, claro, al no tener un compromiso económico, tenemos que mantener un compromiso con nosotros mismos para continuar.
Acostumbrados como estamos desde pequeños a que nos castiguen o nos amenacen para que hagamos las tareas que requieren esfuerzo, procurar nuestro bienestar sin que exista un ojo acusador sobrevolándonos se torna difícil.
Lo que ocurre es que, aunque no te lo creas, ya no somos pequeños.
Aquí no hay trampa ni cartón. Meditar en un grupo gratuito como el nuestro, donde cada uno es «de su padre y su madre», te deja solo contigo mismo. Si quieres, lo haces. Si no, pues no. Pero ya no te valen las excusas. Esos veinte minutos que te requiere la práctica de la meditación, esos veinte minutos de silencio sin alharacas, te ponen delante de ti mismo y te hablan de ese enorme saco de excusas que nos hacemos y nos creemos.
En esto tú decides, que ya eres mayorcito.
La práctica es para los valientes.
Este año nuevo puede ser un buen momento para configurar qué versión de ti mismo vas a enfrentar.
Nosotros te esperamos con nuestro silencio, nuestras sonrisas y la cabezonería de unos cuantos que queremos mantener un equilibrio mediante la acción, sin propuestas desde el sofá.
Buena práctica.