Menos huevos

Cuando alguien me envía por correo o publica en alguna red social una imagen de tipo motivadora con un subtítulo parecido a «si quieres, puedes», siempre me acabo acordando de Condoleezza Rice, la que fuera secretaria de estado en Estados Unidos bajo la administración de Bush Jr.

Me maravillaba escucharla hablar de cómo ella, perteneciente a dos grupos históricamente oprimidos, mujer y negra, había podido llegar a lo más alto (si es que tus más altas aspiraciones tienen que ver con ser secretaria de estado en un país de un planeta pequeñísimo flotando a la deriva en la vastedad del universo).
Es suya la frase “En Estados Unidos, con educación y trabajando duro, no importa de dónde vienes, sólo importa adónde vas…”
Y se quedó tan ancha.
Porque la frase tiene miga. Parece como esas que me llegan por mail o que publican en las redes sociales. Si quieres, puedes.

"Atlas Recycled" by Tom Tsuchiya is a sculpture made of atlases and maps that serves as a recycling receptacle for bottles and cans.
«Atlas Recycled» by Tom Tsuchiya is a sculpture made of atlases and maps that serves as a recycling receptacle for bottles and cans.

 

Lo más hiriente de la frasecita es que, vista así, de primeras, parece una frase motivadora, esperanzadora, un canto al trabajo individual. La otra cara de la moneda es que obvia una cuestión importantísima. ¿De verdad cualquier persona perteneciente a una minoría o a un grupo oprimido tiene la posibilidad de prosperar hasta donde quiera solo con trabajo y educación?
Creo que esta pregunta, a la luz de lo que está ocurriendo con los universitarios, por ejemplo, en nuestro propio país, es fácil de responder.
No, no es suficiente con el esfuerzo individual. Puedes tener la mejor idea del mundo que, si la tienes en una aldea arrasada por la guerra en Kosovo, para ti se queda.
Semilla y sustrato, Condoleezza. Semilla Y sustrato.

Seguro que has escuchado eso de que Albert Einstein era un gris trabajador en una fábrica de patentes. También puede que hayas escuchado que sus calificaciones escolares eran raspaditas. Y seguro que te han animado con la idea, puesto que, si él ha podido ser el mayor genio de la física moderna (al menos, el más famoso), ¿cómo no vas a poder tú?

Entiendo que la intención es buena, pero pongamos las cartas sobre la mesa. Condoleezza Rice y Albert Einstein comparten una característica común, al menos: no son la norma, son excepciones.

Seguramente ni tú ni yo vamos a poder ser unos físicos geniales ni unas secretarias de estado de los Estados Unidos. Me apostaría algo a que no va a ser así.
Y esto ocurre, sencillamente, porque nuestras capacidades están limitadas por muchísimos factores. Desde la educación que hemos recibido formalmente a los estímulos culturales que nos rodean, pasando por las condiciones socioeconómicas del territorio donde vivimos.
Y, acercando un poco más el microscopio, en la consecución de nuestras metas tienen mucho que decir desde las ganas que tenga hoy de hacer algo a mi estado de ánimo cambiante, pasando por lo mucho o poco que haya comido, el sueño que tenga atrasado o la presión de mis amigos y mi familia diciéndome que descanse o que trabaje, alternativamente.

El rango de libertad que tenemos entre el querer y el poder es, como verás, bastante limitado. Y, sin embargo, nos empeñamos en fustigarnos con la tiránica idea de que, si no lo consigo, es porque soy un inútil.
Con estos pensamientos, es cierto que algunos «profesionales» de la salud mental se están haciendo de oro (sobre todo con la venta de libros de autoayuda). Si no estás feliz, es porque no quieres, porque poder, puedes, ¿no?

¿De verdad? ¿Seguro? ¿A que va a resultar que yo pensaba que quería estar bien pero al final es que no, que no quiero? ¿A que va a ser que no quiero estar bien y no me doy cuenta? ¿A que voy a ser medio idiota por no permitirme estar bien?
Flaco favor le estás haciendo a tu estado de ánimo si caes en este tipo de pensamientos.

No. Estar bien no es cuestión de querer estar bien. Es cierto que la motivación es fundamental para ponernos en marcha y comenzar el proceso de cambio, pero no nos olvidemos que las emociones están ahí por algo. ¿O es que crees que la tristeza no sirve para nada?

En ocasiones, tenemos un problema porque ese problema nos está solucionando otro. Piensa en una adicción. El consumo de la sustancia a la que seamos adictos nos ayuda a afrontar otros problemas (presiones sociales, insatisfacción, falta de alternativas, entre otros), aunque resulte en un problema mayor al final.
No, el adicto no es un imbécil que consume porque es imbéil.
No, el depresivo no elige estar mal porque no se deja en paz a si mismo, pudiendo hacerlo tranquilamente.
No, la clave no está en el esfuerzo. El esfuerzo, así, por narices, suele acarrear frustración y una permanente idea de «se supone que tendría que poder hacerlo» que puede que no case con la realidad.
Semilla Y sustrato.

Vamos a intentar ser realistas. No es una gran tragedia no poder hacer algo, sobre todo porque no poder hacer algo nos puede permitir desarrollar alternativas. ¿Tendríamos hoy aviones si pudiéramos volar con alas? ¿Y herramientas para cortar mediante láser si hubiéramos tenido cuchillas en vez de dedos?
Nuestra mente se fortalece y expande cuando aceptamos nuestra limitación y, aun así, conseguimos que esto no sea una gran tragedia. Al igual que nuestro cerebro se fue plegando conforme fuimos evolucionando para tener la mayor masa en casi el mismo espacio, nuestra mente, nuestra capacidad de solucionar problemas, nuestra conciencia, nuestro poder de gestión emocional, nuestras habilidades sociales, pueden ir creciendo y plegándose para hacernos más ricos y complejos.

Pero, para poder lograrlo, puede que haya llegado el momento de echarle «menor huevos» y cambiar el esfuerzo del carnicero por la paciencia y el fino escalpelo del cirujano.

Así estoy ahora y hasta aquí puedo llegar por ahora. Las metas fijas, para los coches de Formula 1. Nosotros y nosotras somos personas y, como decía Bill Hicks, esto es solo un paseo.

Ponte guapo.
Ponte guapa.
Paso a recogerte y nos vamos a pasear.