Todavía no me he puesto a hacer números, pero me huele a que la proporción hijos/padres que acuden a la consulta está tremendamente descompensada.
No es extraño que los padres concierten una sesión para intervenir con sus hijos y que, llegados a este momento, no tengan demasiados reparos a la hora de apretarse el cinturón si es que la salud mental (en un sentido amplio) de su hijo o hija lo requiere.
Otra cosa es cuando revisamos la realidad familiar del niño y comenzamos a descubrir que, por ejemplo, la madre ha estado pasando por una mala racha emocional, o que el padre ha estado más presionado en el trabajo de la cuenta, o que los abuelos están comenzando a cambiar sus comportamientos por el Alzheimer.
El hijo o la hija son ahora reflejos de lo que está sucediendo en casa y se tornan, sin querer, en un termómetro de la temperatura emocional y funcional del hogar.
Aquí llega el problema de verdad para un terapeuta: ¿comenzamos a trabajar con los padres para solucionar las dificultades de los hijos?
Nos topamos, entonces, con esa idea de culpa que hace pensar a algunos/as padres/madres que, si el psicólogo les ha dicho que estaría bien que trabajaran sus dificultades en consulta, significa que ellos son los culpables de lo que le ocurre al niño o a la niña.
Es más, puede que se planteen que, durante la terapia, van a verse como la parte problemática en relación con su pareja y que todos los dedos los van a señalar como «malos padres» o «malas parejas».
Pero en este cambio de preocupación, el terapeuta sigue con la misma idea con la que partió cuando comenzó el trabajo: solucionar las dificultades del hijo. Nada ha cambiado para nosotros todavía. Solo hemos estado observando el panorama teniendo en mente el bienestar del pequeño y estamos considerando ajustes y mejoras para resolver sus dificultades.
Que estas mejoras tienen que ver con sus padres, por supuesto, pero es que ¿no es este el entorno más importante y más influyente en un hijo cuando todavía es pequeño?
El ambiente en casa y la salud mental de los padres (de nuevo en un sentido amplio) pueden ser una fuente de problemas para el niño, como muchos padres temen descubrir, pero también la herramienta más importante para ver cómo el pequeño se va criando equilibrado y feliz.
No, tu psicólogo, cuando te dice que deberíamos trabajar con los padres para ayudar al hijo, no está culpándote de nada. Es que sería muy absurdo tratar a un niño o una niña como si fueran criaturas aisladas que vienen, si acaso, con «problemas de serie».
Escuchar las indicaciones del terapeuta y, sobre todo, proponerse trabajar los puntos débiles y redoblar los fuertes de los padres supondrá un empujón positivo a cualquier cosa que le esté ocurriendo a nuestro/a hijo/a.
Si no trabajamos con los problemas que estás teniendo en tu vida diaria, si no procuramos equilibrar juntos la salud mental y emocional que tenemos como padres, trabajar con el/la hijo/a es pan para hoy y hambre para mañana.
Ya sabéis que vosotros, los padres, sois el primer y más importante modelo que ellos tienen, tanto para lo bueno como para lo menos bueno, y sentirse bien como padres, completos como personas, equilibrados como humanos, supondrá un alivio importantísimo para vuestro hijo y, para colmo, le irá enseñando maneras de estar así: equilibrados, sanos, felices.
Tu hijo lo puede estar pasando mal, de acuerdo, y por eso acudes a consulta. Vamos a trabajarlo, pero… ¿cómo estás tú, cómo te sientes? ¿Te echamos una mano?