La importancia de la práctica

¿Has pensado alguna vez en preguntarle a un psicólogo «qué hago»?

Si no lo has pensado nunca, puede que debieras.
Pero no para que un psicólogo te diga qué es lo que debes hacer, sino para que seas consciente de que, en ocasiones, nos preocupa el qué hacer y necesitamos que alguien nos lo diga.
Puede que esa no sea la labor del psicólogo. 
¿De verdad quieres que alguien decida por ti lo que debes hacer?

No es de extrañar que, en ciertos momentos, nos sintamos tan abrumados por las dificultades que deseemos dejarnos llevar, que nos organicen un poco la vida, que «nos curen». Lamentablemente (o puede que por fortuna), somos responsables de nuestra vida como quien lleva un puñado de arena entre las manos.

Pregúntate de nuevo: ¿has pensado alguna vez en preguntarle a un psicólogo «qué hago»? Céntrate ahora en el verbo de la pregunta. «Hacer». Repítelo otra vez: «hacer». Si necesitas algún tipo de consejo, el único que podría ser útil sería, creo, es el de aceptar ese verbo. Hacer. La práctica. Dejar de rumiar para pasar a la acción. A una acción meditada, eso sí, sin que los automatismos que nos impulsan a alejarnos de lo que nos desagrada o a aferrarnos a lo que nos gusta nos acaben quitando la libertad que merecemos.

No, no rumiar. No darle vueltas al problema o a la dificultad una y mil aferrándonos a la idea de que eso va a resolver algo.

Siéntate y medita.
Siéntate y practica.
Practica.
Practica.

No es un trabajo, en realidad. Se trata de ir afinando la puntería, de preparar nuestra mente como un arco que tensa nuestro cuerpo y que cada vez, mediante la práctica, se va tornando en más certero.
Pero tensar el arco, soltar la fecha, aprender del resultado, sigue siendo un deporte. Un juego, más bien.
No va a afinarse solo.
No lo intentes con demasiada intensidad. ¡Solo hazlo!
Es normal desfallecer. Reconócelo y sigue.
Es normal perder la confianza en uno mismo. Reconócelo y sigue.
Es normal dejar de sentir el juego y empezar a sentir la obligación. Reconócelo y sigue.
Reconoce que tras «la pájara» se puede seguir si uno se cuida.
Reconoce que la confianza va y viene y depende demasiado de mi estado de ánimo actual y de cómo interpreto lo que ocurre, que el pensamiento no es la realidad.
Reconoce que el juego consiste en observar lo que ocurre, aquí y ahora, y preguntarse como un científico que juega, con la curiosidad de un niño.

Tensa tu arco. Siente tu cuerpo y tu respiración. Observa todo lo que sientes. No lo juzgues. Está bien. Sea lo que sea, está bien. Lleva tu mente a tus manos, al roce con la cuerda, a la tensión creciente de tus brazos. Y suelta la cuerda.
Es así. Sin demasiado esfuerzo, pero sin dejar de hacerlo.
Practica otra vez. Experimenta la práctica. Cada día es distinta. Incluso disfrútala tanto si es agradable como desagradable.
Sí, claro que puedes: ya has jugado antes, ¿recuerdas?

Buena práctia.