El psicólogo acomplejado

¿Te resultaría más fácil decirle a alguien que estás viendo a un psicólogo o que estás viendo a un psiquiatra?
¿Los psicólogos son «pasables» pero los psiquiatras son ya si estás muy mal?
¿Piensas que hay ciertos problemas o trastornos a los que los psicólogos no podemos meter mano y son ya campo para la psiquiatría?

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Es normal que hayas pensado este tipo de cuestiones. A mí me las han comentado más de una vez… y más de dos.
Los propios psicólogos tenemos que reconocer que, en muchas ocasiones, nos hemos sentido, e incluso hemos actuado, como si tuviéramos un complejo de inferioridad con respecto a otras disciplinas.

Me consta que también le ocurre a los profesionales de otros campos con respecto a nosotros/as. Pienso, por ejemplo, en pedagogos, educadores y trabajadores sociales a los que tengo el placer de conocer y que, a veces, se muestran temerosos de plantear sus ideas ante un psicólogo porque, y son palabras textuales, «los psicólogos sabéis más de esto».

A los psicólogos, digo, nos puede ocurrir lo mismo frente a, por ejemplo, psiquiatras o neurólogos.

Esto se debe, en parte, al fuerte sesgo biologicista que tiene nuestra concepción general de la salud mental y, también, al tan traido y llevado cerebrocentrismo (esto último se lo dejo al compañero Marino Pérez, a veces tan claro y otras tan confuso).
Sobre lo del sesgo biologicista, tan solo tenemos que recordar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) habla de salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» y luego echar un vistazo al número de profesionales que nuestro sistema de salud tiene empleado en, por ejemplo, el campo social con respecto a los que se dedican a la parte exclusivamente biológica.

De este modo, a los psicólogos, sufriendo de este complejo, nos da por diagnosticar y categorizar en exceso, igual que en su época nos dio por pasar test para todo. Igualmente, he escuchado a muchos compañeros decir que ciertos trastornos, como por ejemplo la esquizofrenia o el TDAH, son más de psiquiatría y que nosotros poco podemos hacer.
La amplia sonrisa que luzco mientras escribo esto último se la debo a mi antiguo profesor, Juan F. Godoy, del que me alegra decir que sigue, tantos años después, con el mismo aire despistado y juguetón con el lo conocí en clase. Creo que, en el programa que está llevando a cabo con otros compañeros con respecto a la prevención de recaídas en pacientes con esquizofrenia, está dejando bien claro que la psicología, con sus métodos propios y sus planteamientos originales, tiene mucho que decir sobre el trastorno más desconocido de la salud mental.

Con respecto a los compañeros de otros campos, como la pedagogía, el trabajo social, la educación u otros que sufren de este mismo complejo de inferioridad y, para colmo, con respecto a nosotros, no me canso de repetirles que el conocimiento de sus disciplinas es un aliado fundamental de la psicología, que nos pueden aportar tanto como nosotros podemos aportarles a ellos y que si existe algún tipo de división entre nuestros conocimientos es porque así funcionamos más eficientemente, no porque un área sea hija de la otra o superior en nada.

Imaginaos: si esto nos pasa a los que trabajamos en estos campos, ¿cómo no le va a pasar a un paciente, o a un usuario, o a un cliente?
La visión que podemos tener acerca de que hay ciertas cosas de las que solo se puede ocupar la psiquiatría, otras la psicología y otras las demás es, de punta a punta, errada.
Si no, imagínate cómo de útil le puede resultar a una madre de un niño con trastorno por déficit de atención la terapia de conducta que le propone el psicólogo si la química de su cerebro no deja a su hijo concentrarse, algo que requiere la medicación del psiquiatra.
Pero vuelve a imaginarte la utilidad de la medicación del psiquiatra si la familia está desestructurada en cuanto a reglas de conducta o a formas de expresar adecuadamente la emoción, tal y como propone el psicólogo.
Pero es que puede que en casa lo estén haciendo estupendamente con estas terapias pero, al llegar al centro del niño, las maestras lo castigan porque es inquieto y se desbordan porque no tienen la orientación pedagógica adecuada.
¿Pero y si todo esto está estupendamente salvo que, al llegar a casa, todo el trabajo se va al garete porque la familia no es capaz de hacer un uso adecuado de los recursos de la comunidad, tal y como intenta hacerles ver su trabajadora social?

Que los árboles no te cieguen ante el bosque. Si falla un campo, los demás estamos haciendo el trabajo a medias. Es bastante absurdo proponer las disciplinas como mejores o peores, como más o menos.
Si tienes un problema, usa los recursos que tengas a mano y procura que los profesionales que te atiendan sean no ya solo buenos en sus campos, sino capaces de trabajar codo a codo con otros, reconociendo su disciplina como útil y hermana de las demás.

Espero que no se nos olvide que estamos trabajando para ti.
No dejes nunca que esto ocurra.