Definiciones y pasaportes

Ahora que no es extraño rellenar perfiles en distintas páginas webs, parece que describirnos en líneas generales nos cuesta un poco menos. Aunque sólo sea por la práctica de la repetición.

Normalmente, trazamos una imagen de nosotros a base de brochazos gruesos que, como los horóscopos, suele ser útil para describirnos, tanto a nosotros, como a cualquiera.

Buena persona, amigo de sus amigos y cualquier adjetivo que queramos añadir.

Y este es nuestro pasaporte para ir viajando por el proceloso océano de las interacciones sociales. Y defendemos este pasaporte insistiendo en lo bien que nos conocemos y en lo seguro que estamos de nuestras certezas.

Hasta que en la aduana la cosa se pone fea, viene un cacheo, nos encuentran un renuncio y, de repente, renegamos hasta de la foto.

Porque, ¿cuanto tiempo puede resistir una persona los embates de la disonancia cognitiva?

Antes de seguir, aclaremos que una disonancia cognitiva ocurre cuando dos pensamientos incompatibles chocan en nuestra mente.

Por ejemplo, me defino como vegetariano y voy dando la murga a los demás sobre lo importante que es no comer carne (que, por lo visto, es lo que hacemos los vegetarianos, lo de dar la murga). Entonces un día me señalan que llevo zapatos de piel o que mato a insectos en verano.

Y, puesto que mi definición de mí mismo y eso que me achacan son ideas que colisionan, aparece la disonancia.

¿Y qué hacemos después? Pues resolverla. La mayoría de las veces convirtiendo el problema en un no-problema y decimos, por ejemplo, que los zapatos son un regalo de mi abuelita y que no le voy a hacer el feo.

En otras ocasiones, seguramente las menos, cambiaré mi definición de mí mismo y, a partir de entonces, mi perfil en las redes sociales o mi tarjeta de presentación, mi pasaporte social, puede que mute.

Pero nada de esto se hace sin esfuerzo. Y, como ya me habrán escuchado decir mil veces, ningún esfuerzo es gratuito, puesto que nuestras reservas son limitadas.

Efectivamente; mantenernos coherentes puede llegar a ser una tarea extenuante. En ocasiones, prácticamente imposible.

Para que no se nos vaya viendo el plumero constantemente y para no tener que ir siempre cambiando de definición de nosotros mismos, aquí van unos cuantos trucos:

1.- Dedica tiempo a conocerte.

Esto implica conocer tanto tus facultades como tus debilidades. Aceptarlas, abrazarlas y, si lo consideras necesario, intentar cambiarlas. Pero una visión realista de uno mismo ayuda a no ir dando bandazos.

2.- No te definas en términos absolutos.

Si SIEMPRE eres lo que sea, ten en cuenta que SIEMPRE es una cantidad de tiempo enorme. Quién sabe si más de lo que puedes abarcar. Quizá si asumes que eres así por ahora, no tengas que estar siempre renegando de quién eras hace poco.

3.- Comprende y acepta que hay vida fuera de tu cabeza.

Si tú vas cambiando y todas tus versiones de ti mismo son variadas, imagínate si lo son los demás. Como decía un sabio en un bar de Alcalá la Real, ca uno es ca uno y tiene sus caunás. Y tus caunás puede que no sean siempre las correctas. Sobre todo porque hace tiempo, por ejemplo cuando eras pequeño, no tenías la misma forma de pensar.

4.- Recuerda quién eres.

Finalmente, procura revisar cada cierto tiempo la visión que tienes de ti mismo, tenerla presente. De esta forma tu ser no se vendrá abajo con cada hacer. Si eres una persona digna, recuérdalo a menudo y no estés achicándote ante cualquier tormenta.

Bonus.- Engorda tu pasaporte.

Las vivencias, los aprendizajes, el tiempo dedicado a saber, ayudar, disfrutar, aceptar. Todo esto y más añaden más páginas, más complejidad a tu persona, más sellos de experiencia y un abanico mayor para que, al final, tu definición de ti mismo no sea a base de cuatro líneas gruesas y prestadas.

Y viaja, viaja con el cuerpo y la mente. Que para eso tenemos el pasaporte, ¿no?