Entre los aficionados a ir en motocicleta solemos decir que hay dos tipos de moteros: los que ya se han caído de la moto alguna vez y los que se van a caer de la moto en algún momento.
Esta, por supuesto, no es una frase para comentarla a nuestra madre si estamos pensando en comprarnos una, pero los que ya llevamos algún año sobre las dos ruedas asumimos sin problema que es así.
También, entre los jinetes, se acepta como lo más normal del mundo el haberse caído del caballo en alguna ocasión y, si no ha ocurrido, suele ser señal de que no se monta mucho.
Finalmente, en ambos mundos el consejo es unánime cuando uno va al suelo: volver a subirse lo antes posible.
¿Por qué? Pues porque, si dejamos de montar, es muy probable que nuestros miedos, como si de un resorte defensivo se tratase, se activen y acabemos por abandonar nuestra afición asumiendo que nos aterra o simplemente con el «le he cogido respeto» que antecede a la rendición.
Ah, pero el respeto es importante, ojo. Lo que ocurre es que, en la frase anterior, ese «respeto» es la forma descafeinada de decir que tenemos miedo. Porque el miedo se tiene fácilmente, pero se confiesa con mayor dificultad.
Está bien; ya sabes lo que hacemos los moteros y los jinetes. Y tu dirás: ¿y a mí a qué vienes a contar todo esto, si yo procuro mantenerme a varios cuerpos de distancia de cualquier vehículo y/o animal de cuatro patas?
Pues porque una de las razones por las que yo viajo en moto o procuro montar a caballo es que ambas actividades suelen darme importantes lecciones con respecto a mi vida diaria.
¿Cuántas veces has sentido el empuje de hacer algo, ese «lo tengo claro», probablemente después de un intenso tiempo de dudas? ¿Recuerdas la cantidad de carne en el asador que hay que poner para decirle a alguien que nos gusta, lo que sentimos? ¿No has hecho alguna vez todo lo posible por aprobar un examen, unas oposiciones, una entrevista de trabajo o la posibilidad de ascender? ¿Has intentado montar un negocio por tu cuenta? ¿Te has decidido, por fin, a hablar con esa persona con la que llevabas tiempo enfadado? ¿Has cargado tu año de propósitos y, esta vez sí, va a ser la era de la dieta, el ejercicio, el dejar de fumar, el leer más, el visitar a amigos, el comer mejor, el ser más positivo porque sí?
Imagino que, acompañando a todo esto, también habrás tenido tus buenas dosis de realidad en forma de error, suspenso, que no te cogieran, que te dieran calabazas, que te den con la puerta en las narices, que no aparezcan los clientes, que los kilos no se vayan o sean un bumerán, que no podamos evitar el cigarrillo que te ofrecen en aquella boda, que el tiempo se nos haga corto y la mesita se llene de libros inmaculados, que digamos «ya nos llamamos» y luego no…
Hay arena al salir de la curva, te patina la rueda trasera y… al suelo.
El caballo escucha un ruido raro, se pone nervioso, adopta la posición rampante y… al suelo.
¡Con lo bien que iba todo! Tomando las curvas y disfrutando del paseo. Apostando con la sensación de que no podemos perder.
Pero no todo está en nuestra mano. El universo, como ya te he contado alguna que otra vez, no conspira ni en pro ni en contra nuestra. Ese factor de azar del que rara vez nos acordamos, o puede que nuestras imperfecciones e incluso nuestra falta de habilidades, nos hace fracasar.
Contando con que necesitamos un tiempo para asumir la derrota tanto como los moteros necesitamos unos minutos para volver a saber dónde estamos y dónde ha ido a parar la moto, el siguiente paso siempre debería ser limpiarse el polvo e intentar levantarse para chequear qué ha ocurrido y qué nos queda tras el desastre.
Sobre todo porque de esa reflexión es de donde va a salir el aprendizaje.
Primero hacemos recuento de las bajas pero no para lamentarnos eternamente, sino para saber lo que nos falta e ir a buscarlo. Pero también lo que nos queda y, por lo tanto, alegrarnos porque no tenemos que empezar del todo de nuevo.
También analizamos, aunque sigamos con algo de miedo, qué ha ocurrido y trazamos estrategias para minimizar el fracaso la vez siguiente.
Porque habrá vez siguiente.
Y quizá por eso montamos en moto. Y quizá por lo mismo montamos a caballo. Y puede que sea por eso por lo que volvemos a la carga de nuevo, con ilusiones renovadas, aunque reneguemos de ellas cuando nos va mal.
Caídas tenemos, y tendremos, todos.
Lo que señala a un buen motero, a un buen jinete y a un buen humano es la capacidad de recordar que, desde el suelo, lo que queda por hacer es subir.