¿Cómo paro estos pensamientos?

[…] y no es solo que me cueste ponerme, es que, cuando me pongo a estudiar por fin, me cuesta mucho concentrarme,mantenerme sentado frente al libro y no distraerme pensando en todo lo que me queda por estudiar y en los problemas que tengo.

En cuanto tengo un momento libre, me pongo a darle vueltas a la cabeza y acabo agotada y sin resolver nada.

Es demasiado difícil eso de parar el pensamiento. Estoy tranquilo y, de repente, me pongo otra vez a pensar en el problema y entonces me digo “no pienses en eso, deja de pensar en eso”, pero no puedo hacerlo.

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Estos son tres ejemplos de los muchos con los que nos encontramos los psicólogos en las sesiones de terapia y que nos apuntan a un mismo lugar, la dificultad para controlar el pensamiento o las emociones. A mí, particularmente, me gusta más el verbo gestionar, pero ya ahondaremos en eso.

Citando a la venerable Sangye Khadro (Kathleen McDonald), autora de una de las más claras guías sobre meditación que han caído en mis manos, Aprendiendo de los lamas,  podemos definir la meditación así:

El término tibetano gom, que corresponde a meditación, significa literalmente “familiarizarse”. Hay muchas técnicas diferentes de meditación y muchas cosas en la mente con las que familiarizarnos. Cada técnica tiene funciones y beneficios específicos, y cada una de ellas es una parte del sistema que hace que nuestra mente tenga una visión realista del mundo.

Siempre me ha gustado esta definición. En primer lugar, porque inicié mi práctica en la meditación bajo la atenta enseñanza de una comunidad buddhista gelupa, es decir, de línea tibetana, pero, sobre todo, porque hace hincapié en lo de “familiarizarse”.

Cuando insto a mis pacientes a meditar me encuentro con dificultades que tienen que ver con querer empujar lejos de la mente ciertos pensamientos recurrentes que se hacen circulares, de esos que se alimentan a sí mismos.

En ese momento, estamos deseando eliminar el sufrimiento a base de lo que hemos aprendido desde niños, es decir, negarlo, machacarlo a base de fuerza bruta, rechazarlo como a un enemigo.

Cuando discutimos con alguien que tiene unas ideas radicalmente opuestas a las nuestras, acabamos la discusión con nuestros propios argumentos mucho más solidificados. ¿Cuántas veces habéis conseguido hacer cambiar de opinión a alguien mediante una discusión? Al final suele tratarse de un choque de dos puntos de vista contrapuestos y los argumentos que usamos para defender el nuestro también los escuchamos nosotros mismos, por lo que, finalmente, reforzamos nuestra postura en contra de la del otro. No hay nada mejor que un enemigo para reforzar mi propia idea.

Ocurre lo mismo con nuestros pensamientos o nuestras emociones. Cuando intentamos erradicarlas por la fuerza, cuando queremos eliminar el dolor como si fuera algo ajeno a nosotros, solemos lograr lo contrario, darle más peso, centrar nuestra atención en ese pensamiento, en esa emoción negativa, en ese sufrimiento.

“Tú lo que tienes que hacer es no pensar tanto en eso”. Seguro que todos hemos escuchado esta frase como una píldora de sabiduría bienintencionada por parte de los que nos ven sufrir. Pero, claro está, no es tan sencillo.

Claro que sabemos que, para no pensar en algo, la solución es no pensar en ese algo, pero esta perogruyada contiene en sí misma una dificultad inherente, a saber, pensar en no pensar algo es pensar en algo.

¿Conoces la anécdota del oso de Tolstoi? Este escritor ruso le pidió a su hermano que se sentara en un rincón y no se moviera hasta que dejara de pensar en un oso blanco. Intenta hacerlo y verás. Controlar el oso, hacer que desaparezca, es tremendamente difícil. Curiosamente, el oso blanco no estaba en tu cabeza hasta que has leído esa línea. Decir “no pienses en” implica, por tanto, “pensar en”.

¿Cómo hacemos, entonces, para controlar nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros sufrimientos?

Puede que el secreto, si es que se le puede llamar así, sea precisamente que hay que hacer lo contrario. No se trata de “no pensar”, se trata de “familiarizarse”.

Yalal ad-Din Muhammad Rumi escribió miles de maravillosos poemas, pero tengo siempre presente uno que acude en mi ayuda en las sesiones de terapia con mis pacientes cada dos por tres.

Esto de ser un ser humano
es como administrar una casa de huéspedes.
Cada día una nueva visita, una alegría, una tristeza,
una decepción, una maldad,
alguna felicidad momentánea
que llega como un visitante inesperado.
Dales la bienvenida y acógelos a todos ellos,
incluso si son un grupo penoso
que desvalija completamente tu casa.
Trata a cada huésped honorablemente pues
podría estar haciendo espacio para una nueva delicia.
El pensamiento oscuro, lo vergonzante, lo malvado,
recíbelos en tu puerta sonriendo e invítalos a entrar.
Agradece a todos los que vengan
pues se puede decir de ellos que han sido enviados
como guias del mas allá.

Familiarizarse. Reconocer lo que tenemos dentro como parte de nuestra familia. Hacerles sitio. Abrirles la puerta de entrada para que, finalmente, encuentren la puerta de salida.

Cuando aprendemos a aceptar los pensamientos, cuando estamos seguros de que el proceso de mejora es eso, un proceso, y que todo proceso requieres sus fases y sus pasos, con paciencia, podemos conseguir que esos pensamientos, esas emociones negativas y ese sufrimiento se haga uno con nosotros y, por lo tanto, no nos moleste más.

Piensa en la ropa que llevas puesta. Seguramente no te habrías dado cuenta de ella si yo no te hubiera dicho esto y, en el día a día, solo nos damos cuenta de ella si sentimos que nos aprieta, que hay un doblez que nos causa daño en el calcetín, si la camiseta que llevamos debajo del jersey está puesta al revés o si el zapato me roza constantemente al andar. Cuando esto no ocurre, mi ropa y yo somos uno y algo que, en ocasiones, puede causarme molestia, realiza su función, abrigarnos, protegernos, ser parte de nosotros (¡incluso definirnos!).

Mediante la práctica del zazen (la meditación del buddhismo zen), procuramos, entre otras cosas, ser conscientes del aquí y el ahora, aceptando nuestros pensamientos dolorosos, nuestras emociones destructivas, nuestros deseos mal gestionados, nuestro sufrimiento. Estar en paz implica, por tanto, deshacernos de la idea de que lo que tenemos dentro de nosotros es el enemigo a batir.

Puede que sea el extraño al que hay que presentarse y hacerlo familiar.

Buena práctica a todos, mucho ánimo y claridad.