Vale para todo

Una de las herramientas que usamos en el proceso de la terapia, como sabrás, es el autoregistro. Es, simplemente, un formulario para apuntar la frecuencia con la que ocurre una conducta u otros datos relevantes de nuestra actividad diaria.
Es una herramienta tremendamente útil, sobre todo para hacernos conscientes de qué hacemos, cuánto lo hacemos y cómo lo hacemos.

Bien, pues si hiciéramos un autoregistro detallado de nuestro estado de ánimo a lo largo del día, comprobaríamos que este cambia un montón de veces, casi siempre ajustándose a lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
Pasamos de sentirnos perezosos cuando suena el despertador a tensos porque llegamos tarde a una cita. Podemos sentirnos preocupados porque no nos cuadran las cuentas del mes o aliviados al llegar a casa y ponernos algo de ropa más cómoda. ¡Y todo en un día!

Del mismo modo, estos cambios en nuestro estado de ánimo suelen llevar, como consecuencia, necesidades distintas. Cuando suena el despertador y me asalta la pereza, me apetece un par de horitas más de sueño. Cuando llegamos tarde a una cita y nos sentimos tensos, deseamos que la otra persona no haya llegado aún. Y cuando no nos cuadran las cuentas y la preocupación nos asalta, nos acordamos del sueldo de nescafé. Igual que cuando sentimos el alivio de quitarnos los zapatos al terminar la jornada, desearíamos poder ir en zapatillas de andar por casa a todos lados.

Distintos estados de ánimo, distintos deseos o necesidades. ¡Y todo esto en un día!

Pensemos, por un momento, en nuestra pareja e imaginemos que también está leyendo este artículo.
Seguramente se esté viendo reflejada, aunque sea un poco, cuando he descrito que podemos tener muchos cambios de humor, y por tanto de necesidades, a lo largo del día.
Ahora imaginemos que nosotros estamos sintiendo pereza porque es muy temprano y nuestra pareja siente la tensión de llegar tarde.
O que a nosotros nos asalta la preocupación por nuestras cuentas y nuestra pareja está disfrutando del momento de quitarse los zapatos al llegar y deshacerse de la carga mental y física del día.
Va a ser difícil que coincidamos en emociones y necesidades porque, como ves, las combinaciones pueden ser muy variadas a lo largo del día. Imagínate a lo largo de toda nuestra relación.

Ahora déjame ir un poco más allá.
¿Qué esperamos de nuestra pareja cuando nos sentimos solos? ¿Y cuando nos sentimos torpes? ¿Y cuando estamos alegres? ¿Y si estamos excitados sexualmente? ¿Y esos días de frío en los que nos apetece ver una película resguardados bajo la manta?

Va a ser difícil ser, en el momento exacto, apoyo, maestro, compañero de juegos, amante, peluche abrazable…
Y no estoy hablando solo de se nos de bien un papel u otro. Me refiero, para colmo, a que encaje en el momento preciso.
Es tan sencillo como que a mí me apetezca mantita y peli y a mi pareja le apetezca sexo salvaje o explicarme algo de lo que sabe.

Si partimos de que los seres humanos no somos estáticos, sino tremendamente dinámicos, y que desempeñamos varios papeles a lo largo de nuestra vida, e incluso de nuestro día, podemos darnos cuenta de que hacer que estos papeles y estas necesidades, en dos personas, coincidan es una cuestión de tener mucha suerte.

Y, ahora, la trampa: ¿y esa insistencia en juzgar mi relación con respecto a mis expectativas ahora mismo? ¿Cómo llego a la conclusión de que «esto no va a salir bien» si, cuando a mi me apetece playa, mi pareja me propone montaña?
Juzgar una relación presuponiendo que mi pareja ha de ser mi amante, mi padre, mi hermano, mi amigo, mi maestro, mi apoyo, quien me de espacio propio, quien me cuide, quien no me agobie, quien se preocupe, quien me deje desarrollarme, quien me regale, quien me rete, quien me de la razón, quien me discuta, quien me desee, quien no me presione… puede resultar injusto.

El estar en pareja no deja de ser un proceso de regulación, propia y mutua. Nos vamos adaptando a estar con alguien y ese alguien se va adaptando un poco también a nosotros. Y, como ocurre con la meditación, siempre es una práctica, nunca una maestría.
Es por eso que uno no encuentra una pareja, sino que construye una pareja. Por eso a mí me gusta tanto despotricar contra la idea del «príncipe azul».

Si esperamos encontrar, de golpe, a alguien que encaje con nosotros al cien por cien, sobre todo teniendo en cuenta lo mutables que somos a lo largo de un solo día, puede que estemos siendo poco realistas.

Cuida a quien tienes cerca y facilita el que te cuiden. Así no tendrás que estar esperando el resultado de esa lotería que es esperar encajar en el momento y podrás disfrutar del placer de experimentar las combinaciones.

Tener pareja no es un cuento de hadas; puede ser mucho mejor.